miércoles, 18 de diciembre de 2013

El Regalo

Esa fue nuestra última noche juntos. Por la mañana cada uno partió a sus labores cotidianas de día lunes. Le dejé el desayuno listo como todos los días pero con un regalito, ya que era nuestro quinto aniversario. 
En una vitrina del mall que habíamos visitado el día anterior, vimos una bufanda amarilla de la que se enamoró, decía que la necesitaba ya que sus viajes, por lo general, eran en lugares de mucho frío, y debía proteger su garganta para nunca dejar de cantarme, le gustaba imitar a residente de calle 13, así que no lo pensé dos veces y sin que se diese cuenta, la compré mientras Él pagaba una cuenta. 
En casa la envolví en un papel de arroz color rojo que tenía guardado desde hace mucho, y lo rocié con el perfume que tanto le gustaba, y que me había obsequiado para mi cumpleaños. 
No tuvimos comunicación ese día sino hasta el almuerzo, mi día estaba a full con las reuniones de la empresa, las visitas a los clientes y el viaje extraordinario que me delegaron a Valparaíso, pero no importaba lo estresada que estuviera, oír su voz siempre me daba paz. 
La cobertura telefónica en Farellones, en donde le tocó inspeccionar obras esa semana, era bastante mala, por lo que fue muy poco lo que pudimos hablar. Ya de regreso en Santiago pensaba en llegar a casa y descansar, pero aún tenía que hacer las compras en el supermercado, por lo que una vez en el departamento me baje de los tacos, me vestí sport y como necesitaba relajarme un poco, preferí dejar el auto para así caminar y evitar los bocinazos de la ciudad. Así lo hice, avancé lentamente hasta que una multitud me detuvo, miraban anonadados la pantalla gigante que hay en la esquina del paseo Ahumada con calle Moneda, la que mire asustada después de oír a una señora que se lamentaba diciendo –Ya no más, no quiero saber de otra tragedia- Pero lo único que alcancé a leer fue “Tragedia en la montaña”,  y luego publicidad. Mi corazón saltó, pero pensé –Las malas noticias son las primeras que se saben- y seguí mi camino. Compre carne, un buen vino y la torta de manjar lúcuma, la favorita de Jorge, quería que cuando regresara de trabajar estuviese todo listo para festejar. 

Eran las diez de la noche cuando por fin oí ruido en la puerta y salte de felicidad, pero la puerta no se abrió sino que tocaron el timbre. Miré y era Alberto, jefe y amigo de mi esposo, abrí, y su rostro de tristeza me paralizó, nos sentamos y con dolor me contó sobre el accidente que a mi “George” me arrebató. Después de abrazarme y llorar juntos se marcho, pero al minuto regresó –Se supone que era Él quién te lo entregaría- decía mientras me extendía su mano con un sobre con documentos -Lo recibió esta mañana y nos comentó que no existía mejor regalo para ustedes que este-. Después de despedirlo una vez más, cerré la puerta, abrí el sobre y leí, pero las lágrimas que trataba de contener, volvieron a caer cuando vi que la petición, que por años habíamos insistido, por fin habían aceptado, por fin podríamos ser padres, nos habían aceptado la solicitud para poder adoptar un bebé.