En el crepúsculo de un amanecer de junio, le encontraron sentado en su
silla favorita. Parecía ver las antiguas
películas que de joven filmó, en donde su famoso personaje, del jovencito guapo, se reconocía en todo lugar por sus estrambóticos anteojos oscuros.
El lugar estaba lleno de libros y pinturas, ya que también era un amante del arte, la lectura y la poesía. El proyector estaba encendido, pero en silencio, ya que por sus años, el abuelo ya había quedado sordo.
Ayer fue su cumpleaños noventa y cuatro, y todos lo festejaron, pero su vida diaria era solitaria. Por la mañana asistió a control en el consultorio por un soplo al corazón, y fue allí donde le dieron la noticia - “un día de vida mi querido amigo, aprovéchelo”- le dijo el doctor, mientras le estrechaba fuertemente la mano.
Todo ese día lo pasó escribiendo en su habitación. “Cosas raras”, decían
sus nietos, porque no entendían su lenguaje, ya que siempre escribía en parábolas. Salió de allí sólo para la celebración, guardó sus últimas frases en
su bolsillo y sonrió… El forense fue quien las leyó “En este circo romano,
mi actuación terminó”.
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